Conoce Nuestra Historia

Conócenos

El Valle de Intag

Situado en la provincia de Imbabura, es una región andina del norte del Ecuador reconocida por su notable riqueza natural y cultural. Desde tiempos antiguos ha sido hogar de pueblos originarios, y hoy destaca por ser un espacio de gran biodiversidad. Que se ha venido desarrollando sobre lugares que ha sido heredados, los propietarios lo enfocaron en poder hacer una maravilla natural en la cual se demuestran sus atractivos como la termas de Nangulví, Gualiman, campo colibrí, valle verde donde puedes disfrutar de la naturaleza.
Ecuador Turismo

Viajes de aventura en Ecuador

Descubre Intag a través de nuestras imágenes

Turismo en Ecuador,
porque visitar Intag

Valores

Nuestros Valores

Nos destacamos por brindar una experiencia única a cada uno de nuestros clientes por ello damos a conocer nuestros valores

Seguridad

Servicio

Respeto

Historias de Intag

El Señor de Intag

Cuentan que, en los parajes de Intag y en las cercanías del Jordan de Otavalo, apareció una mula misteriosa cargada con cajones de madera tan enormes que nadie se atrevía a acercarse. Durante ocho días se la vio rondar en soledad, como protegiendo un secreto. Finalmente se logró capturar a la mula y al inspeccionar uno de los cajones, descubrió una figura de Cristo desarmada. Con sumo cuidado, reunió cada pieza y, tras recomponer la imagen, la llevó hasta Apuela, donde desde entonces se le venera con devoción como guardián de las angustias y protector de los caminantes.
Historias de Intag

La Duenda

En un lugar cercano un habitante comenzó a anotar extraños movimientos en el hogar: objetos que desaparecían de lugar, pasos sigilosos al filo de la noche y un perfume suave, que flotaba en el aire. Aquella presencia diminuta se dejaba ver solo a destellos: cuando alguien encendía la luz, ella se desvanecía. Desesperada ante la indiferencia, comenzó a lanzar muebles y cubiertos, convirtiéndose en una molestia. Fue entonces cuando un curandero del pueblo preparó un remedio especial con cueros de ganado y nudos rituales que fueron entregados en forma de cabestro para golpear a la duenda en el momento de su aparición. Aquella noche, al sentir de nuevo su presencia, emprendieron el ritual: al danzar la luz sobre la estancia, la duenda surgió y recibió un golpe certero. Desde entonces, nunca más volvió a inquietarse con su presencia.